Before We Die

Texto : Âama – traducido del inglés



El suicidio es un proceso de autodestrucción.

Primero tiene lugar internamente, donde la persona se desconecta de sí misma, creyendo que su existencia no tiene sentido ni valor. Esta es la parte más larga y difícil del suicidio, llena de aferramiento, búsqueda de esperanza y desesperación. Y luego se produce la destrucción externamente, la persona también corta la conexión entre su cuerpo y el mundo. Todo el mundo se interesa por esta parte del proceso, sólo se oyen voces en esta fase, la ley no impone consecuencias no a la destrucción interna sino a la externa y las estadísticas estatales sólo cuentan éstas. Esto es lo que mueve a la gente y sus lágrimas, pero no es lo que necesita la persona que no pudo sobrevivir. Dónde fue la última ciudad a la que lograron llegar, cuándo fue el último día que lograron soportar, cuál fue el último juicio que lograron aguantar, cuál fue el último reto para el que lograron esforzarse, todo eso sólo preocupa a los que se quedan atrás. Es el largo proceso de autodestrucción que tiene lugar antes del momento final lo que concierne a Alireza y de lo que hay que ocuparse. Aunque este artículo se escribe en un momento que ya no tiene sentido para él, quiero llamar la atención sobre un punto significativo y explicar cómo para nosotros, en las carreteras de la migración, en los campos, en la vida cotidiana, la autodestrucción se produce gradualmente y cómo se nos hace creer que nuestra existencia no tiene sentido ni valor.

Para algunos de nosotros, la historia comienza donde nacimos; Alireza nació en Afganistán, en un lugar donde, en una entrevista de calle en Suiza, nadie dijo sí a la pregunta «¿Le gustaría vivir en ese país?». Esas condiciones, que nadie asocia a su autoestima y en las que ni siquiera se imagina vivir, corresponden a la vida cotidiana de alguien que juega, se enamora, sueña, se lamenta, cultiva flores, come. ¿Cómo podemos decir que la vida humana se valora igual en ambas geografías cuando lo que una parte del mundo experimenta en un día ordinario es inimaginablemente horroroso a los ojos de la otra parte del mundo?

Especialmente cuando se han gastado montones de dinero para separar una geografía de la otra con muros, armas, soldados, minas y trampas mortales. Ante esta realidad, es obvio que toda persona que viva en estas horribles condiciones no estará tan inclinada a creer que su vida tiene sentido y valor como las que viven en geografías seguras.

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Sí, para algunos» de nosotros, el proceso de destrucción interna comienza en el vientre

Sería una cómoda falacia para el mundo de las personas privilegia das pensar que esta desigualdad es casual según las teorías de la concepción del nacimiento divino, o surge de circunstancias fatídicas debidas a razones geográficas. Pero no, la realidad es que si el trozo del pastel de la seguridad, la paz y el valor de alguien es menor que los demás, esto es el resultado de múltiples capas de relaciones de poder y, finalmente, de la codicia de unos pocos. Dado que ningún recurso del mundo se evapora, no es difícil adivinar que la paz y el valor que nos han quitado también están almacenados en algún lugar en abundancia. Por eso nos vemos obligados a abrirnos camino hacia los países de prosperidad para reclamar lo que es nuestro. De nuestra horrible vida, dejamos atrás todos los recuerdos, amistades, familia y hábitos que hemos construido para poder respirar, las únicas cosas que hacían nuestra vida soportable, y nos embarcamos en una incertidumbre que sabemos que conlleva el riesgo de la muerte. Ser la persona que da de comer al perro del barrio, ser la hermana mayor de su hermano pequeño, ser la persona que conoce el lugar donde vive, ser el vecino al que se le pide ayuda… todo lo que da sentido y valor a nuestra existencia, lo perdemos como consecuencia forzosa de la migración.

Aquellas de nosotras que tienen la suerte de sobrevivir a la ruta migratoria y llegar a países prósperos esperan que el mundo de falta de valor / indignidad / desprecio en el que haemos nacido, y que se nos ha clavado en la espalda a través de la migración, llegue a su fin y nuestra existencia valga algo. Esperan poder convertirse en personas dotadas de derechos, que su existencia material y moral se considere digna de protección y recibir por fin su parte del pastel de la seguridad y la paz.

Lo esperan no sólo sobre la base de que los Estados que les han robado su autoestima, de la que deben haber sido dotados naturalmente, les deben una vida. También lo esperan de los Estados sobre la base de las promesas que hacen en los tratados internacionales y la legislación nacional, para publicitarse a sí mismos respetando sus derechos humanos y obtener beneficios / inversiones de ello. Pero lo que encontramos en estos países a cambio de esta expectativa perfectamente justificada es una enorme brecha: la brecha entre la realidad de que en un orden justo todas las personas nacerían con el mismo valor, y nadie tendría que emigrar, y la realidad de que no pudimos escapar de nuestra falta de valor a pesar de renunciar a todo lo que amamos y viajar miles de kilómetros de muerte. Ser un «forastero» sin sentir ni una sola vez que nuestra existencia tiene sentido y valor… La creencia de que se puede ganar algo con seguir viviendo pende de un hilo.

Aunque la Secretaría de Estado para las Migraciones (SEM) suiza cumpliera meticulosamente con todas sus responsabilidades, asignara recursos suficientes para satisfacer las necesidades de los migrantes, y creara políticas para reparar todos los daños y traumas que hemos sufrido, sabemos que no podemos equipararnos en esta sociedad con el peso de todas nuestras experiencias y recuerdos traumatizantes. En esta realidad no es difícil imaginar cuánto más oscuro es el panorama para los migrantes si la SEM no hace este trabajo. Ahora vayamos aún más lejos y visualicemos la SEM como uno de los grandes / mayores obstáculos que se nos presentan cuando sólo intentamos sobrevivir. Sí, esta imagen representa perfectamente la posición de la SEM en nuestras vidas; nosotros, como migrantes supervivientes, vivimos «a pesar» de las políticas de esta institución, ni siquiera con el apoyo de esta institución, ni siquiera con que esta institución nos ignore. A pesar de la responsabilidad histórica y política del Estado suizo en nuestras vidas devaluadas, merece ser escuchado lo devastador que es a la hora de cumplir con sus deudas/obligaciones. Aunque utilicen herramientas diferentes a las de los talibanes, Erdogan, Putin, Assad de los que huimos e intenten demostrar que no hay nada en común entre ellos, merece escucharse que son exactamente iguales en cuanto al efecto que tienen sobre nosotros.


No podemos vivir en el orden establecido por ninguno de ellos; todos nos dicen una cosa: Tu existencia no tiene valor ni sentido

Esta es la palabra que más me han susurrado al oído desde el primer día que tuve que involucrarme en el sistema suizo de migración. Una palabra que nadie me dijo abiertamente, nadie me gritó, nadie me golpeó con esta frase en la cabeza; una palabra que no está escrita en la pared, que no se comunica por carta, que no se encuentra en el reglamento, pero que se hace sentir en todo esto. Del mismo modo que en mi país de origen la policía aprendió magistralmente a infligir violencia física sobre nuestros cuerpos sin dejar rastro, en Suiza el personal y las políticas de las autoridades de inmigración se han especializado en destruir nuestra personalidad y nuestra autoestima sin dejar resquicio alguno o, incluso, con amabilidad. No con la agresividad de un dictador que declara abiertamente que no reconoce la Constitución, sino con la insidia de una pesada burocracia, siempre interpretando leyes extremadamente ambiguas contra nosotros. Sentí la misma sensación de inutilidad como individuo frente a ambos Estados, pero mientras mi país de origen era condenado por muchas instituciones, Suiza era retratada como el epítome de los derechos humanos y la democracia.

Lo que estamos viviendo en el sistema migratorio suizo tiene que ser mucho más visible para desenmascarar la causa de tantas muertes y atrocidades, y para evitar que se siga aplaudiendo a los asesinos que nos empujan hasta acabar con nuestras vidas.

Escribo esto también con luto por la vida de mi amiga que tuvo que decidir continuar con su embarazo no planificado debido a la incertidumbre y la falta de futuro causadas por la SEM y cuya vida se marchitó delante de mis ojos. La entrevista para la evaluación de su solicitud de asilo se dio por terminada porque no podía hablar de los traumas sufridos en su país de origen a causa del llanto. Hacía sólo unos meses que había sobrevivido a la persecución, no podía hablar, así quedó registrado. Le dijeron que se organizaría otra entrevista y que volverían a ponerse en contacto con ella, que esperara. Han pasado dos años desde aquel día y nunca le han dado otra fecha para la entrevista, nunca le han explicado por qué tardaban tanto y no le han mostrado nada significativo que pudiera hacer mientras tanto. No puede ir a la escuela, no puede trabajar, no puede vivir en una casa, no puede viajar y no sabe cuánto tiempo seguirá viviendo así. No le han dicho que abandone el país, pero tampoco le han dado la oportunidad de vivir aquí. Un día, el personal del campo entró en la habitación donde vivía y la vio tirada en el suelo, entre la suciedad, el polvo, la ropa y la comida esparcida por el suelo, ¡y pensaron que estaba muerta! Entonces se dieron cuenta de que seguía viva, pero había perdido la fuerza mental y la trasladaron urgentemente del campo a otro lugar. Como su existencia no tenía valor ni sentido, lo único que hicieron fue tratar a esta persona que estaba perdiendo su conexión con la vida como una bomba de responsabilidad a punto de estallar y arrojarla de sus propias manos a otra persona. Cuando nos conocimos hace poco, me contó que había decidido continuar con su embarazo no planificado con la esperanza de tener una vida mejor y quedarse en Suiza. Ante mis ojos, en dos años, las políticas migratorias suizas habían convertido la vida de esta joven en una ruina, mientras que yo me fijé en ella con sus ojos brillantes el primer día que llegó al campamento donde yo estaba.

Los lugares donde nos obligan a vivir, los campos de refugiados son quizá la manifestación más cristalizada de la política migratoria oficial. Nos amontonan unos encima de otros en las zonas más alejadas de la ciudad o en búnkeres subterráneos y sólo nos permiten mezclarnos con la vida exterior a horas limitadas del día. Está prohibido dedicarnos a cualquier actividad con la que pudiéramos ganar dinero. El Estado suizo nos ubica como evitando una epidemia de peste, y es imposible no darse cuenta de elsto. A sus ojos, no pertenecemos a la especie humana que ellos valoran. A lo que estamos expuestos es similar a lo que están expuestos los animales en cuanto al valor que se les da y al trato que se les muestra. A veces como figurantes de circo sirviendo de entretenimiento , a veces como individuos encarcelados sin defensa en zoológicos y a veces como los de las explotaciones ganaderas, que son explotados de la cabeza a los pies y luego abandonados . El ser los sujetos de nuestras vidas, nuestra individualidad, nuestras capacidades, nuestras necesidades no son importantes allí. Sólo tenemos un nombre y una categoría: Migrantes. Todas las mañanas íbamos al tablón de anuncios del campo para ver si se había tomado alguna decisión nueva sobre nuestras vidas, buscábamos nuestro número (sí, todos tenemos un número, ¡afortunadamente no está clavado en nuestras orejascomo para el ganado!) y nos enteramos de las evoluciones de nuestros procesos de asilo.





Mientras que en nuestros países de origen fuimos etiquetados como rebeldes, víctimas de guerra, supervivientes, terroristas, condenados, a los ojos de la SEM, ni siquiera somos esos estigmas, no somos más que un número,

El sinsentido y la inutilidad de nuestra existencia no sólo se imponen mediante estrategias generales a largo plazo; los ataques a nuestra dignidad también se manifiestan a menudo en la vida cotidiana. El ejemplo más evidente, incluso teatral, de esto en todos los campos, son las ceremonias en las que se nos entrega nuestro «dinero de bolsillo», que se fija en 3 CHF (francos suizos) diarios. Todos los jueves, entre las 8.00 y las 9.00 horas, los asistentes sociales ponen en fila a todas las personas que viven en el campamento ; cada habitante, a su vez, saluda a una persona de alto rango de la SEM que espera con una caja registradora en la mano. Este administrador de la SEM pregunta a cientos de personas con la misma insensibilidad: «Buenos días, ¿cómo está?» y entrega el dinero de bolsillo semanal a los refugiados tras cada respuesta «estoy bien». La persona que recibe el dinero da las gracias al personal de la SEMy se marcha. Esta ceremonia es el momento en que el personal del campamento se muestra más amable y meticuloso. A menudo reorganizan las colas, avisan a la persona que no se da cuenta de que es su turno para que vaya al cajero y dirigen a la persona que ha cogido su dinero hacia la puerta de salida. La fila donde esperamos, donde entramos en la sala, donde cogemos el dinero y salimos es casi tan precisa como una línea de tiza en el suelo. De todos los miles de caos y tumultos del campo, este momento de dar el dinero de bolsillo es la ceremonia más impecable. , recuerda al teatro en términos de puesta en escena, al ejército en cuanto a las relaciones de poder y los saludos, y y a la tradicional relación familiar padre-hijo en términos de expectativas de gratitud y respeto. Lo que lo hace aún más importante es que la participación en esta ceremonia era obligatoria. Un día que estaba enfermo y no me puse en la cola del dinero de bolsillo, el personal del campamento vino a mi habitación y me dijeron que tenía que ir a la cola.


Estaba claro que toda esta ceremonia se organizó no para darnos algo, sino para quitarnos algo: Nuestra dignidad.

Por el ridículo precio de 3 CHF al día, quieren quitarnos nuestra personalidad y sustituirla por sujetos agradecidos, avergonzados, uniformes, sumisos y sin valor. Así es como sientan las bases de la relación entre nosotros y el Estado suizo.

¿Cómo puede el Estado erosionar la salud mental de los migrantes, día tras día, sin cometer ninguna violencia física, sin cometer ningún delito tipificado en el código penal, con una apariencia reluciente que puntuará 10/10 en las inspecciones? Suiza parece haber escrito el libro de «cómo hacerlo» sobre este tema. Tienen una política tan profesional de desvalorización que la víctima se desvanece día a día, sufre enfermedades psicosomáticas, desespera de la vida, , pero no puede entender quién es el agresor. Cuando ves que cientos de personas como tú se ven obligadas a aceptar el mismo trato humillante, pierdes el asombro inicial y te adaptas a la corriente. Otros cientos de personas han tenido que pasar por el mismo proceso que tú para convertirse en «cientos de personas».

Esto es fruto del instinto de supervivencia, pero también de saber que en esta relación de poder tu parte obligatoria es someterte. Cuando necesitas papel higiénico , es chocante y humillante para todos ver que tienes que ir al quiosco del campamento, devolver el tubo de papel higiénico vacío y cambiarlo por uno nuevo. Pero como no tienes otra opción, tienes que acostumbrarte a hacer cola en el quiosco con los rollos de papel higiénico terminados. Esta situación te quita día a día el sentido de la privacidad, la autoestima, la conciencia de tus derechos fundamentales. Mientras te sientes nada, no te das cuenta de que parte de la razón de esta nada es el rollo de papel higiénico vacío que te hacen llevar. Sólo el primer día sientes que te humillan, el resto de los días te acostumbras a vivir con tu nuevo «valor».

Eso es lo que hace cada práctica de las políticas suizas de inmigración: te devalúan un poco más yte hacen creer que no tienes ningún valor.

No se trata de desgracias individuales, gestores negligentes, prácticas no reguladas. Al contrario, se trata de políticas generales minuciosamente planificadas, innegables y aplicadas en casi todos los campamentos, cada uno de los cuales ha sido pensado para producir exactamente este resultado. Por supuesto, también hay ejemplos de crímenes contra migrantes, pero sin abordar estos abusos «individuales». me gustaría explicar cómo incluso las prácticas legales pueden propiciar la pérdida de la autoestima y la autodestrucción resultante. Lo que vivimos no puede explicarse por aspectos técnicos, deficiencias económicas o razones de seguridad. Si sufrimos todo esto, es por el valor que los políticos tienen en cantidad del que no se nos da un ápice. Así que seguiré hablando de las prácticas rutinarias y mundanas de la vida cotidiana en el campamento y les invito a imaginar lo que podría pasar si se aplicaran a las personas de « valor ».

Por ejemplo, si compras un champú, un paquete de cigarrillos y una botella de zumo de fruta con los 3 francos que te dan todos los días, y quieres traerlos al lugar donde vives, se espera que demuestres que no robaste estos productos mostrando un recibo. De lo contrario, los bienes sin factura se confiscan como prueba de un delito. Esto no se hace en secreto; por el contrario, esta regla está escrita en letras grandes a la entrada de cada campamento. Probablemente nunca podré olvidar lo que sentí el día que tuve que esperar una hora en la entrada para que el gerente del campamento finalmente me diera permiso para poder entrar en casa con los zapatos que compré por 5 francos en el mercadillo, sin recibo. Ni siquiera podía nombrar lo que estaba viviendo, sólo sabía que era algo que tal vez podría explicarse por sus propias reglas, pero eso era incompatible con mi valor como ser humano.

Control a la entrada
Los cacheos y registros de bolsas se realizan en la entrada. Los bienes sin recibo serán confiscados. Se confiscarán objetos peligrosos

En los campamentos, sus cuerpos no les pertenecen, son monstruos, cosas que controlar. Cada día, otra mano los toca, los cachea. Si se decide que su cuerpo no está sano, está obligado a someterse a procedimientos médicos. Si su alergia al polvo se considera covid, ni siquiera se le hará una prueba, se le pondrá en cuarentena durante dos semanas. Si, a su pesar, se decide que su cuerpo está sano, se enfrentará a obstáculos constantes para acceder al cuidado que necesita. El hecho de que esté preocupada por la salud del bebé en su vientre o que no pueda comer porque no se le da comida de acuerdo con sus valores éticos son problemas que exceden el valor de salud que usted merece en sus ojos y será ignorado.




Comprenderás rápidamente que todas las medidas que se toman en nombre de la salud no tienen por objeto evitar que enfermes, sino que no propagues enfermedades.

Tendrás que utilizar materiales de limpieza para entrar en muchos lugares donde la seguridad, los trabajadores sociales y los funcionarios entran sin tomar ninguna precaución. Los materiales asignados sólo a los migrantesestán «cuidadosamente» protegidos contra robos. En los campamentos siempre hay un guante para separar los cuerpos de los refugiados de los cuerpos de los no refugiados. Pero ese guante nunca se cambia, el mismo guante que el guardia acaba de ponerse para revisar los zapatos de alguien pronto sentirátu cuello. Los límites entre lo que se considera sucio y lo que no vienen determinados por la distinción entre lo que se relacionan con los refugiados y lo que no.

En cualquier momento, el personal del campamento puede hacer una redada repentina en las habitaciones, mirar debajo de las camas, abrir el armario, rebuscar en los cubos de basura, buscar pruebas de delitos. Una vez, durante un control de habitaciones, cuando estaba enfermo y en cama, la trabajadora social se me acercó, me tocó la cara con el mismo guante que acababa de utilizar para buscar en el cubo de la basura, quería comprobar si tenía fiebre. No lo hizo con la intención de hacerme daño ni con la conciencia de su acción; sucedió automáticamente, incluso de buena fe, lo que fue mucho más humillante. Ni siquiera fue dirigido a mí como persona, ni siquiera tenía una personalidad que me distinguiera de los demás. Lo hizo basándose en la inutilidad que me asignaba automáticamente el hecho de ser refugiado. Nunca se le pasó por la cabeza, con la mayor espontaneidad, que pudiera haber una diferencia entre las necesidades de higiene de mi cara y el nivel de higiene del cubo de la basura. Pero, por supuesto, tuvo el reflejo de proteger su cara con ese guante cuando necesitaba tocarme la cara. Lo que todo el mundo sabe en el fondo, pero tiene prohibido hablar, sale a la superficie a través de esos comportamientos inconscientes. Somos seres sin valor no sólo para la gestión de la SEM en Berna, sino también para los empleados peor pagados de la escala.

Los carteles que encontramos y lo que intentan enseñarnos merecen ser examinados en profundidad. . Todos han sido inteligentemente diseñados para bloquear fácilmente cualquier crítica por el escudo de su falsa benevolencia. Aquí radica la gravedad de lo que ya estamos viviendo: Ellos erosionan día a día nuestra autoestima con sus comportamientos profesionales extendidos en el tiempo, pero nunca reconocen lo que realmente están haciendo. De este modo, la violencia que sufrimos no se reconoce, ni recibimos disculpas reparadoras; nos es casi imposible ver que el sentimiento de inutilidad no es inherente a nosotros, sino que nos lo inyecta el Estado. En los aseos de los centros de la SEM se cuelgan carteles de advertencia, que no se encontrarán en ninguna universidad, en ninguna oficina, en ningún municipio, y cuando preguntas la razón de ello, más o menos todos los miembros del personal se justifican de forma similar insultando suavemente a los refugiados. En diferentes cantones, en diferentes campos, es sorprendente cómo cada funcionario da las mismas respuestas, como si hubieran asistido a la misma clase. De hecho, es exactamente así, todos han aprendido las lecciones de las políticas estatales, y todos colaboran para poner en práctica la mentalidad del Estado.

Divertidas, amenazadoras, didácticas… las advertencias se emiten en diferentes temas, pero cada vez se manifiesta la relación asimétrica de poder entre el autor de la advertencia y el destinatario de esta. Por eso, es importante ver qué sentimientos quiere evocarnos la autoridad con la herramienta que utiliza, así como lo que intenta «enseñarnos». Por ejemplo, el cartelsobre no entrar al campamento con los zapatos embarrados se hace con una foto de los zapatos embarrados de un niño que vive en ese campamento, estampado y colgado en la entrada. Es una imagen muy fiel de cómo nos afecta la política oficial de migración. Lo que siente ese niño cada vez que pasa por la puerta es lo que la SEM quiere que sintamos cada vez que estamos en este país. El objetivo no es un entorno limpio, sino construir ese orden deseado sobre nuestra vergüenza.

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El sistema migratorio suizo no da nada a menos que esté seguro de que recibirá más a cambio. Y la distribución del insuficiente presupuesto asignadono se basa en las necesidades, sino de si es una inversión rentable en el futuro. Por ejemplo, el sistema rodea para aislar a los niños pequeños de su familia, porque estos niños son recursos, proyectos que no se deben desaprovechar. El estado tiene herramientas y el derecho a integrarlos completamente en su propio sistema, y además, es muy rentable crear una gratitud permanente convenciéndoles de que el estado les ofrece grandes oportunidades que no merecen. Sin embargo, en el caso de los inmigrantes a los que se considera poco proclives a participar en la mano de obra y en el escaparate propagandístico del país, como los discapacitados, los ancianos o los inmigrantes antiautoritarios, el acceso a los recursos para la supervivencia básica siempre está en peligro, ya que el Estado puede no sacar provecho de ello. En cualquier caso, estos recursos insuficientes y supuestamente asignados a los refugiados se transfieren de una institución a otra sin que los refugiados puedan tocarlos y decidir libremente cómo gestionarlos. De hecho, mientras el dinero circula entre las instituciones estatales sin salir nunca de ellas, el Estado siempre exige un retorno de una inversión que nunca ha pagado.Los cursos de idiomas a los que se nos envía obligatoriamente son un claro ejemplo . Cuando se examina quién dirige los cursos y cómo se relacionan con los refugiados, se verá que es el Estado el que se beneficia de estos cursos, no los refugiados. Estos cursos los imparten empresas públicas que trabajan para la SEM; por cada estudiante, el Estado saca dinero de unbolsillo y lo mete en otro, facturándolo a nosotros . Mientras tanto, la formación que se nos da no es en absoluto propicia para desarrollar ninguna competencia lingüística. Estas formaciones nos permiten entender lo que se nos comunica oficialmente, dar las gracias a la policía cuando piden nuestro documento, de identidad, cumplir de inmediato las instrucciones que nos da y, un día, ir al contador a pagar nuestros impuestos. A pesarde toda esta «puesta en escena», se espera que les demos las gracias por asignarnos recursos. Con este objetivo, un administrador de la SEM viene a visitar nuestra clase y se pasa una hora diciéndonos ¡qué afortunadas víctimas somos por asistir a estos cursos! Cuando escribe en la pizarra, delante de docenas de personas, cuánto dinero se paga por estos cursos, ni siquiera se le pasa por la cabeza que tenemos suficiente «valor» para entender la desfachatez de esto. Sin embargo, se equivocaba, los despreciables inmortalizarían este momento y le pedirían cuentas :

– Sí, niños, ¿pagáis por estos cursos?
No, señora.
¿Y saben cuánto cuestan estos cursos al mes?
– No, señora.
Entonces mirad bien, que estoy escribiendo en la pizarra
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-…………….
¿Quién crees que da este dinero? Os dejo adivinar
Estado, SEM, CARITAS, ORS, Cantón….
– No, chicos, no lo sabéis, este dinero lo pagamos los ciudadanos.
Venís aquí con nuestros impuestos.
-…………….
– ¿Sabéis lo que es un impuesto? -Oh, ya lo sabéis muy bien. Muy bien, así que no lo olvidéis

Incluso las acciones más bienintencionadas y reflexivas emprendidas por el Estado «en favor de los refugiados» se basan en el supuesto oficial de que somos personas indignas, por lo que al final todas ellas se convierten en acciones «contra los refugiados».

Pero lo que hemos experimentado en nuestra vida en Suiza es mucho más que este vínculo causal obligatorio creado por la razón de Estado.El hecho de que nos sacan a la calle escoltados porla policía en determinados días del año, para enseñarnos a caminar por la calzada y a cruzar la calle, no es posible interpretar como una buena voluntad sino traducida torpemente en acción. Porque es bastante obvio que esta esta marcha de la vergüenza, organizada en nombre de la educación, en la que la participación es obligatoria, está muy lejos de la vida cotidiana de cualquier persona que viva en este país. Esto es evidente por la forma en que las personas que viven alrededor nos miran desde sus balcones como si fuéramos parte de un circo, mientras intentamos caminar de un lado a otro y chocando unos con otro bajo estrés. Caminamos con la conciencia de que nadie de quienes organizan, dirijen, supervisan o vigilan este «ejercicio» aceptaría verse en esta posición; a pocos metros de ellos, desde la distancia en que la diferencia de valor entre nosotros puede golpearnos en la cara. Nos vemos obligados a digerir este espectáculo de devaluación porque tememos que la interminable cadena de causas y efectos de no hacer algo que se dice que es obligatorio pueda llevar a que nos devuelvan a los países donde nos traumatizaron. Cada emigrante, sin excepción, tiene que construir su vida más o menos a la sombra de esta preocupación. Mientras exista esta preocupación, da igual que sea realista, exagerada, ignorante, posible, ilegal, cobarde, irracional… etc. Para alguien que ha tenido que abandonar su lugar de residencia, saber que esta eventualidad de algún modo es posible crea una «brecha de autoestima» imposible de cerrar entre él y alguien que no vive con esta posibilidad, que afecta a cada una de sus elecciones. Mientras la espada de la «deportación» penda sobre nosotros, nunca podremos sentir el «valor» que nos protegería de la autodestrucción.Como primer paso para restaurar nuestro valor usurpado, el sistema de «deportación», que nos convierte de ser alguien en algo, debe ser abolido, inmediatamente.

Unas manos enormes que nos sujetan por la cabeza como si fuéramos piezas de un juego y nos llevan de un lugar a otro… un estado que traza una línea alrededor de una región y dice que no podemos vivir aquí, aunque formemos parte de este mundo por naturaleza, que nos convierte en un objeto como un paquete de mercancías con una etiqueta que dice remitente: Suiza receptor: Grecia… Un director de institución tiene el poder de cortar, para siempre, nuestros lazos con el país donde hemos construido una nueva vida. Hablo de algo insoportable y más allá de ellos: Nos devuelven a países en los que hemos sufrido traumas, en los que estos traumas se ignoran, en los que nadie tiene intención de repararlos. Nos devuelven oficialmente a la crueldad que hemos sufrido y de la que hemos conseguido escapar.

Grecia, Croacia, Eslovenia… por desgracia para muchos refugiados no son sólo nombres de países. En nuestra memoria, estos nombres representan lugares donde se espera que nos ahoguemos en sus ríos y nos congelemos en sus bosques; donde nos golpean en las zonas registradas, nos desnudan y nos arrojan en medio de la nada en las zonas no registradas, donde todo esto no es castigado como resultado de su política estatal. Ni siquiera tenemos el privilegio de poder hablar de estos países sin que se nos ponga la carne de gallina. Muchos de mis amigos dicen que, aunque algún día les concedieran la nacionalidad suiza, garantías de seguridad y oportunidades económicas, no podrían ir a Grecia ni siquiera de vacaciones. Ante toda esta información, sé lo devastador que fue decirle «Ahora, tienes que volver a Grecia» a Alireza, de 18 años, que consiguió escapar de la guerra de Afganistán siendo un niño, que sobrevivió a la violencia sexual a la que fue sometido en un campo de Grecia, que finalmente llegó a Suiza y consiguió construir una nueva vida aquí. Ellos también lo saben. Ellos, los funcionarios de la SEM que tomaron esta decisión de deportación contra Alireza..

Alireza puso fin a su vida en Ginebra el 30 de noviembre de 2022, justo después de que el Tribunal Administrativo Federal Suizo (TAF) le notificara esta decisión. El TAF y la SEM tomaron esta decisión a pesar de saber por los informes médicos que la decisión de deportación podría costarle la vida a Alireza. Tras su muerte, la secretaria de prensa de la SEM, Anne Césard, representó a la perfección la política suiza de inmigración y la organización criminal que mató a Alireza en su desvergonzada declaración:

El riesgo de suicidio no es un obstáculo para la decisión de deportación, de lo contrario no podríamo devolver a nadie, los procedimientos llevados a cabo se ajustaron a la ley

Mientras tanto, hubo noticias, debates públicos y protestas; se condenó la decisión, se buscó a alguien a quien culpar; algunos se enfadaron, otros se entristecieron… Pero mientras todo esto sucedía, Alireza no estaba allí, cuando por fin se le reconoció como persona y se le valoró un poco. En un momento sin sentido para él, de repente muchos políticos empezaron a decir que sentían pena por Alireza. Sin embargo, su aventura de correr tras el valor que le habían robado desde el día en que nació hasta el día en que falleció, la lucha por buscar no fue lo suficientemente triste para nadie.

Precisamente por eso, a pesar de los cientos de políticos nefastos, las políticas de inmigración y la xenofobia que han devaluado a Alireza desde su llegada a Suiza, debemos oponernos con todas las fuerzas al hecho de que los ojos de todo el mundo estén fijos en el último momento del suicidio, el momento en que estalló la bomba de la responsabilidad. Fue un esfuerzo colectivo y a largo plazo que oprimió, , desalentó, desanimó, frustró y desesperó a Alireza día a día. Cómo vivió debería haber sido tan noticiable como cómo murió.

Somos migrantes que hemos conseguido sobrevivir por hoy a pesar de la destrucción sistemática de nuestra autoestima por las políticas de inmigración suizas, pero no estamos demasiado lejos del abismo al que se vio empujado Alireza. Somos personas que nos vemos obligadas a bailar sobre la diminuta línea que separa la vida de la destrucción debido al lugar donde nacimos o al que emigramos. Cuando no morimos, no podemos vivir como merecemos. A pesar de la dinamita que se ha colocado en toda nuestra vida cotidiana, seguimos en pie con nuestros propios recursos, herramientas, amigos y solidaridad. Precisamente por eso, mientras el suicidio es un proceso de autodestrucción, sobrevivir se convierte en un motín de resistencia y solidaridad. En este motín en el que nos encontramos involuntariamente, nuestra mayor herramienta de defensa es recordar que «tenemos nuestro valor simplemente porque existimos, ninguna autoridad puede dárnoslo o quitárnoslo». Creer e interiorizar esto no es fácil en las condiciones a las que nos empujan, así que como un paso hacia ello, nos invito a hablar en voz alta y publicar a través de esta plataforma sobre lo que estamos enfrentando y lo que merecemos antes de sentirnos indefensos y sin valor. Fortalezcamos nuestra confianza en que nuestra existencia es valiosa y hagamos que se preste atención a nuestras vidas para evitar otras muertes.

Cuenta tu historia, grita tu valía a quienes intentan devaluarte.

Que nos vean, antes de morir: beforewedie@riseup.net